lunes, 23 de marzo de 2009

Un problema de software

Las declaraciones del presidente Obama (*) no tienen desperdicio alguno, constituyen una confesión del modo que ven los capitalistas esta imprevisible tormenta económico-política cernida sobre el mundo. Los políticos mundiales hablan a sus respectivas naciones con la mentira que mejor se adecue a la idiosincracia local, en un magnífico ejemplo tanto de la jerga nacional devenida culturalmente, como del perfeccionado y afinado cante del Trilero de turno para embaucar a sus víctimas. Las lecciones que se pueden deducir de estas confesiones en público hechas por el Sr. Obama, -cuestionado nacionalmente desde antes de ser elegido-, pueden considerarse dirigidas al planeta,  se pueden entender como un aviso a navegantes tanto  ricos como a las “clases medias” mundiales y caben considerarlas del siguiente modo. 

-Están asustados y avisan de que la cosa puede ser mucho peor, (“…si todas quiebran al mismo tiempo… potencialmente una depresión"),  pero que “el gobierno seguirá tomando medidas”,  sugiere que “los políticos” continúan controlando esta situación económica, cuando todas las medidas tomadas hasta la fecha y todas las noticias según los mismos protagonistas, no han servido de nada,  y cuando el nerviosismo la confusión o la pantomima están a la orden del día.  

-Igual que su homólogo Zapatero, Barack Obama no previó la crisis, sin embargo, lo mismo que el “presidente por accidente”,  también percibe “rayos de esperanza”,  ¡qué casualidad o qué buena bola de cristal china!. En todo caso un rayo es algo poderoso pero minúsculo frente al negro y “aterrador” piélago terráqueo, y aunque sabido es que la esperanza se pierde al final, hasta eso han perdido los truhanes a la par que la vergüenza.

-La aseveración que "la economía está tan interconectada hoy día que todo sucede muy rápido. El declive ha sido muy rápido, pero la recuperación puede ser más rápida aún", es del todo correcta incluso políticamente, pero su última frase, referida a la rapidez de la “recuperación”,  tiene diversas lecturas y los subsecuentes significados. Si “recuperar” se entiende como devolver el movimiento económico a las condiciones en que ha sido aniquilado, está completamente equivocado suponiéndole buena fe, y no hace falta demostrarlo, porque  entre otros muchos, Paul Krugman, esa especie de Sumo Sacerdote de diseño y sabio en aritmética, lo dice a diario,  y además cobrando por decirlo, porque no en balde el sistema que los capitalistas quieren resucitar y retener es el modelo impositivo que cobra a generaciones por el hecho de vivir, cuanto más por anunciar la Revolución Mundial aunque sea con la boca pequeña.  

Si conseguir inmediatamente la “recuperación” refiere a “recuperar” y retener el peso político de la burguesía y sus partidos políticos, su crédito social, sus instituciones nacionales e internacionales, sus discursos o sus soflamas a escala planetaria, está también en un craso error. No solamente están dando un espectáculo boxístico a todos los niveles, -como es lógico deducir cuando la cancha se rompe, en un sistema cuyo leit motiv es la competencia más feroz, la carrera más codiciosa, el robo más espectacular, el escándalo más ominoso…. Además, lo que se contempla en la vida política es la discusión entre unos buitres para obtener los despojos de países o ciudadanos a los que han estado esquilmando ilegalmente:  cada uno en su coto local, autonómico, nacional,  y todos juntos en el plano internacional. (Una caricatura macabra del mundo mundial lo tenemos en España con nuestra casposa Casta).  Los capitalistas internacionales y sus políticos también hacen patente que no sirven para garantizar la producción mundial,  ni su ordenamiento racional,  ni tampoco las imprescindibles normas que la civilización exige actualmente a la historia.;  todo lo cual evidencia de modo creciente ante todas las naciones, que los comandantes sociales capitalistas han fracasado estrepitosamente y que es necesario e inevitable un recambio con urgencia en el Estado Mayor del Planeta, proceso que operará por partes y tiempos de acuerdo con la naturaleza y problemas suscitados geográficamente. 

-Sin embargo, si la recuperación está dirigida a que el conjunto más avanzado de las Naciones, puede disponer de sus recursos de manera inmediata, democrática, necesaria y justa, también el Sr. Obama acierta, pues efectivamente nunca en la historia se le ha presentado al ser humano una cosa tan fácil como hacer un nuevo programa para tanta tecnología satisfactoria de los intereses generales. Con una simple tecla, la humanidad podrá poner a su abasto toda la riqueza mundial repartida equitativamente junto a toda la felicidad personal que es posible en este siglo. Se trata además de un sistema operativo ya montado por la propia sociedad, sólo que su eficacia y resultados están programados para engrosar las cuentas corrientes a unos pocos de inútiles, parásitos, incapaces y en muchos casos psicópatas. Simplemente una cuestión de software porque  la estructura está perfecta y aprovechable, aunque antes hay que desposeer del poder político y su botín,  al Obama “global”.  

(*)http://www.eleconomista.es/economia/noticias/1115763/03/09/Obama-ve-aun-mas-riesgos-en-la-economia-pero-atisba-rayos-de-esperanza.html

1 comentario:

  1. La dominación sin ideología
    El reinado de la tecnocracia hace impracticables e inútiles todas las ideologías. Para transformar la sociedad queda el recurso de la movilización renovada de los colectivos de base como reacción a la opresión
    JOSÉ VIDAL-BENEYTO 10/04/2009

    En el artículo de la Cuarta Página que publiqué en marzo sobre la democracia-marketing insistía en el abandono de los atributos propiamente políticos por parte de la nueva democracia. En primer lugar, los actores, con la sustitución de los partidos y los militantes por los colectivos de apoyo electoral y los grupos en favor de campañas sociales concretas; y por otra parte, la renuncia a toda doctrina y formación ideológica, suplantadas por nuevos dispositivos técnico-funcionales.

    Esta cancelación del espacio ideológico llevó a pensar que se trataba de una reedición del tema del fin de las ideologías, que había emergido a finales de los años cincuenta en el mundo de las ciencias sociales y del análisis político y que desde entonces ha acompañado todos los intentos de conservadurismo político y social.

    En su momento inicial, sin duda el más brillante, sus principales protagonistas fueron, ya en 1955, Edward Shils (The end of ideology?), Lewis Feuer (Beyond ideology) y Raymond Aron (L'opium des intellectuels), seguidos en 1960 por S. Martin Lipset (The end of ideology?, Daniel Bell (The end of ideology in the West); Dennis H. Wrong (Reflections on the end of ideology; C. Wright Mills (Letter to the New Left) y un largo etcétera hasta finales de la década, recogidos y comentados en el Reader the end of ideology debate, de Chaim I. Wayman. En Francia y en España, Jean Meynaud es el más prestigioso difusor de esta problemática, en particular en sus libros Le destin des idéologies y Technocratie et politique.

    La generalización y el vigor de la tesis, en el mundo académico y en el político, tuvo mucho que ver con la aparición, en los países occidentales, del tema de la sociedad opulenta y del amplio bienestar generalizado que, según sus promotores, conllevaba una situación, real o mitificada, que supuso un cierto apaciguamiento de los antagonismos sociales y una pérdida de pugnacidad de las opciones políticas de izquierda, en particular del comunismo y del socialismo. El progreso, predicaban, no podía venir de una transformación impuesta por la fuerza desde fuera de la sociedad, sino de los factores de cambio que en ella existían, de su propia evolución, estimulada por el desarrollo económico y las innovaciones tecnológicas. No se trata, por tanto, de excluir a lo ideológico de la esfera pública, sino tan sólo de sustituir las referencias relativas al combate político por la tesis del apaciguamiento político y de la eficacia económica, la llamada ideología tecnocrática, que se convierte durante 40 años en la única oferta ideológica capaz de imponerse.

    Esta situación no podía escapar a la sagacidad de la sociología crítica, y así, en 1976, en el número 7 de la revista Actes de la Recherche en Sciences Sociales, vehículo del que se servía el entonces joven grupo de Pierre Bourdieu para dar a conocer sus trabajos, aparece, con el título de La producción de la ideología dominante, un largo artículo de más de 70 páginas, obra del grupo en su conjunto, pero cuyos dos principales autores fueron el mismo Bourdieu y su más próximo colaborador, Luc Boltanski. El texto y los numerosos materiales que lo componen son una carga en profundidad contra el orden establecido y una impugnación frontal y, en buena medida, provocativa contra los usos y los modos de las ciencias sociales en la Universidad y más ampliamente en la academia.

    Frente a la interpretación convencional que retoma el fin de las ideologías y en la que sus contenidos desaparecen/se cancelan por cansancio o por indiferencia, lo que sucede hoy es que los marcos conceptuales que les son propios y que rigen sus conductas y acciones ya no tienen ninguna razón de ser, porque las decisiones que se toman, no dependen en modo alguno de sus estructuras ideatorias, sino de un conjunto de micromedidas, de dispositivos menores, de prácticas de detalle, que no responden a ningún imperativo global dictado desde arriba, sino a una incitación particular y difusa, movilizada sólo por las exigencias de funcionamiento cotidiano del sistema. Este hermetismo al universo de las ideas, esta inaccesibilidad al ejercicio de pensar, hacen que las concepciones del mundo sean ininteligibles, que simplemente no quepan, lo que convierte en radicalmente impracticable, además de inútil, toda ideología.

    Ahora bien, los individuos y los colectivos no pueden vivir sin dotarse de motivos y de razones sobre lo que hacen y por qué y para qué lo hacen, por lo que, carentes de cualquier marco inspirado en las grandes explicaciones discursivas, tienen que recurrir a su historia privada, al patrimonio de anécdotas y de experiencias que dan sentido a su experiencia personal, a la trama de sus vidas, con sus triunfos y sus fracasos, sus tristezas y sus alegrías.

    Desde esta consideración podemos entender mejor el éxito del story telling, la necesidad de los humanos, sobre todo cuando falta la racionalidad del pensamiento, de contarnos, de que nos cuenten historias. Así se explica mejor el absoluto primado de lo literario, la vigencia de lo narrativo en la sociedad actual y la dramática miseria del pensamiento. Hoy la vía más segura para el triunfo intelectual es escribir novelas policiacas con elementos people. Las universidades nórdicas lo están introduciendo en sus curricula, y la glorificación de las intimidades más húmedas viene acompañada por los referentes dominantes de nuestra contemporaneidad: el familismo, la juvenilidad, el egotismo sin límites.

    Todo ello presidido por el economicismo empresarial, enseñado en las business schools, con su invocación constante a la racionalización de los medios, a la eficacia, a la innovación, pero sobre todo a la productividad, a la excelencia, al siempre más y mejor. Frente a la doctrina de la igualdad, aquí se predica a los mejores que sean aún mejores, superiores, más excelentes, que entren en la cultura de los campeones. Estamos en las antípodas del Mayo del 68 y de su voluntad de luchar contra la desigualdad, de privilegiar a los trabajadores, a los emigrantes, a los marginales, de no dejarse devorar por la incorporación al proceso productivo y al ascenso en la escala social. La desigualdad es una realidad natural, predican, que hay que aceptar y construir a partir de ella, valiéndose cada cual por sí mismo. Lo demás es huida de lo real, simple escapismo.

    Este sálvese quien pueda provoca una permanente multiplicidad de microseísmos sociales, que maximizan las diferencias y las distancias entre unos y otros y producen un unánime antagonismo de todos contra todos. Sin principios ni valores comunes, la irreparable fragmentación resultante no tiene más tratamiento colectivo que el autoritarismo coactivo ni más práctica individual que la trampa y la marrullería. Para qué pensar si mandamos y engañamos. Lo que hace de nuestra vida colectiva un paisaje amenazado y tedioso en el que el hastío de lo público es incapaz de salir de su ensimismamiento poltrón y aprovechado y la mitificación de nuestros pequeños egos nos confina en la insignificancia de nuestras mismidades. Para todo ello, el único remedio de los que nos mandan es enseñarnos el palo, exhibir las catástrofes que nos amenazan. Con ello, la inseguridad y la violencia se convierten en nuestro destino inescapable, que nos condena a vivir en un aburrimiento átono y abotagado, pero sobre el que sabemos que pende la inminencia del desastre.

    Claro que frente a la incuria de nuestros líderes y gestores, frente a la ineptitud de un poder en todas sus versiones -personal político, clase dominante, estructuras gubernativas- incompetente e incapaz, que sólo sabe recurrir a ritos y ceremonias y que pervive a golpe de anuncios incumplidos -después del último G-20 vendrán otros y otros-, sólo tenemos un recurso: la extraordinaria pujanza de los movimientos sociales, de los colectivos sociales de base. En todos los países, a todos los niveles, surgen y persisten como reacción a situaciones de opresión y de expoliación insoportables, como soportes y acompañantes de iniciativas que apuntan a la transformación de la sociedad.

    José Vidal-Beneyto es director del Colegio Miguel Servet de París y presidente de la Fundación Amela.

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